martes, 15 de abril de 2014

NO hagáis contacto visual con niños

Nunca os habéis parado a pensar sobre este intrincado tema, ¿verdad? ¿Qué puede suponer el simple contacto visual con un niño pequeño? En mi caso, tengo las cosas bien claras al respecto y por eso lo evito siempre que puedo. Dejad que os explique mi teoría, amiguetes.

Hoy iba en el tren de Hamburgo a Bremen de vuelta de mi visita familiar a Turín y estaban todos los vagones llenos menos el de las bicicletas. Allá que fui y aparqué mi culo en el suelo para descansar del largo viaje (sí, mamá, en cuanto llegue a casa echo el pantalón en la lavadora). El tema es que por allí correteaba un niño de dos años o así. El pequeño era más inquieto que Michael J. Fox encima de una lavadora antigua. Todo hacía presagiar que la madre le juntaba la leche con café. Pero ahí no me meto. Cada uno educa a los suyos como quiere.

Total, que en sus idas y venidas, este rubito se acercaba a extraños una y otra vez y... ¿les daba las buenas tardes? ¿Les preguntaba qué tal les había ido el día? ¿Se interesaba por la maltrecha cadera de su abuela? No. Solo gritaba. Sí. Solo un grito. De unos dos o tres segundos de duración. Bastante fuerte, agudo e irritante, por cierto. Ahora ponte en el caso del extraño adulto. ¿Qué cojones contestas a un grito? ¿Respondes con otro grito? ¿Le das un cigarrillo? ¿Le preguntas "qué tal está usted"? No. Te quedas embobado mirando la cara de un niño que espera una respuesta a una pregunta que solo él conoce mientras todo el vagón te mira fijamente. Y eso es una presión añadida. Esa mirada furtiva de todos los presentes te come por dentro... No puedes decepcionarlos. El niño tiene que irse con una sonrisa en la cara y, además, debes satisfacer las expectativas de los espectadores de tan embarazoso momento... En definitiva, te encuentras en una encrucijada. Estás solo ante el peligro, colega.

¿Y qué haces? Pues lo que hacemos el 90%. Sonríes con cara de gilipollas mientras notas que tus mejillas empiezan a arder. El niño te sigue mirando y tú debes dar otro paso: hacer una mueca. Y ahí sigue todo el vagón mirándote. Todos observando la cara de imbécil que pones. ¿Y para qué? Para tirarte al vacío de nuevo. Porque... ¿y si al niño no le hace ni puta gracia tu cara? Entonces quedas como el más tonto del lugar...

Pero además has de saber otra cosa. Estos pequeños vampiros siempre quieren más. Si les haces gracia, se te tirarán al cuello a por tus gafas de sol. O quizás les hará gracia tu reloj. O puede ser que les apetezca jugar con tu móvil... y ahí, amigo, ahí no hay marcha atrás. Acabas de convertirte en la pescadilla que se muerde la cola. Solo te queda entregarles todo. Ha pasado de ser un indefenso bebé a convertirse en un gitanillo brasileño recién salido de las favelas. La cagaste, tío...

Y así es como conocí a vuestra madre. Perdón. Quiero decir... y es por eso que siempre intento evitar el contacto visual con niños pequeños. No quiero verme empujado a esta tesitura. No, gracias. Bastante estrés provoca la propia vida.

Y hasta aquí mis desvaríos de hoy, jovenzuelos. Sí, ya se que un viaje de Hamburgo a Bremen en tren puede dar para mucho... pero en mi caso me ha valido únicamente para escribir esta mierda como una  catedral. No me culpéis a mi, culpad a Rajoy. Rajoy tiene la culpa de todo.

Espero que sigáis los inescrutables caminos de este blog. ¡Un bratzo!

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