No tengo síndrome de Diógenes, ¿vale? Son cosas que pasan. Probablemente aquel ratón salió después de un duro día de trabajo con sus amigotes a tomar unas cervezas al bar de la esquina, se acabaron liando, se emborrachó más de la cuenta y no encontró el camino a casa. No le culpo. A todos nos ha ocurrido alguna vez esta semana, ¿no?, ¿no?
Ahora os pongo en situación. Yo llegué a casa después del curro a eso de la una de la mañana. Como acostumbro, encendí la chimenea, me bebí un whisky reserva 15 años y me fumé una pipa a la luz de la luna mientras releía libros sobre Metafísica de Aristóteles... una noche como otra cualquiera, vamos. Entonces comencé a escuchar ruidos debajo de mi cama. No le di mayor importancia porque pensé que se trataría de Minka (para los nuevos yonkis del blog, Minka es la gata de mi casero). Sin embargo, los ruidos no cesaron, así que decidí asomarme bajo la cama...
Y, de repente, apareció él. Un pequeño ratón negro que no dejó de corretear por el suelo de mi habitación hasta que, después de ver mi
Pero volviendo al momento del descubrimiento del ratón, podría haber sido peor, ¿no? Podría haber sido un tigre, o un dragón, o Michael Jackson o... ¡la niña de The Ring! Sí, eso habría sido peor, joder, imaginaos la muerta esa saliendo de debajo de la cama... Mierda, si me disculpáis un minuto, voy a asomarme de nuevo. No debería escribir estas cosas de noche. Ya no salgo al pasillo. Hoy me aguanto la meada de antes de acostarme, joder...

A espera de acontecimientos, os dejo, no sin antes hacer una reflexión: no me han valido de nada los 25 años en los que me he tragado películas de Disney, no le he cogido cariño al ratón porque los ratones son asquerosos, no hablan, no cocinan ni te arreglan vestidos. Niños, no veáis basuras de Disney, no enseñan nada, no te forman como persona, no te muestran la cruda realidad que hay que afrontar en el día a día.
¡Un bratzo!
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